sábado, 17 de julio de 2010

Mi amigo y yo


"De pequeña, cuando yo tendría más o menos tu edad, en el pueblo de mis abuelos había un parque cercano al riachuelo donde jugábamos mi amigo y yo y en el parque había dos columpios. En esos columpios he pasado mucha parte de mi infancia, solía ir todos los días a la misma hora para jugar con mi amigo.
Un día él trajo una cámara de usar y tirar que acababan de regalarle sus tíos y me hizo una foto subida en el columpio, me prometió que la iba a guardar siempre.
¿Sabes, cariño? En ese columpio descubrí al que sería mi mejor amigo para toda la vida, pero ahí aún no lo sabía.
Pasaron muchos años y mi amigo tuvo que mudarse del pueblo pero no me aviso, ni se despidió y en unos catorce años no supe nada de él.
Cada día yo volvía a ese columpio con la esperanza de verle algún día y preguntarle por qué se había ido sin avisar y contarle cuánto le había echado de menos.
Después de un tiempo dejé de ir. Ya no esperaba que él volviera, pero cada vez que pasaba por allí me acordaba de cuando yo era chiquita y jugaba allí con mi amigo.
Un día me volví a sentar en ese columpio y vi que en el columpio de al lado había un sobre con una carta dentro. La leí. Mi amigo me decía que me echaba mucho de menos y esperaba volver a verme pronto, que quería sentarse a mi lado en aquel columpio como cuando éramos niños.
Volvieron a pasar años y años y un día cuando caminaba hacia el prado y pasaba junto al parque vi a un hombre sentado allí. Tenía un pelo rubio reluciente y los ojos marrones castaños y soñadores, unos ojos que yo había visto antes, unos ojos que yo conocía.
Me acerqué a él y no tardé en reconocerle: mi amigo.
No pude estar con él demasiados días ya que enfermó al poco tiempo de regresar al pueblo y no mucho después, murió.
Pero antes de morir me enseñó la foto en la que yo salía subida en el columpio cuando era niña y me dijo que me quería.
Sus ojos se cerraron y derramaron una lágrima y su corazón paró de latir.
Ahora cada día voy a ese columpio y me imagino que soy una niña y que mi amigo está a mi lado y nos pasamos tardes enteras hablando..."

jueves, 15 de julio de 2010

Cuando el próximo tren aparezca.


Esta mañana me he despertado y sin más reparo he echado a correr, mucha gente inundaba las calles de la ciudad pero no por esa razón pensaba detenerme, no podía detenerme.
En mi mente se dibujaban imágenes de ilusiones.
Corrí hasta la parada más cercana del tren, donde sabía que en cuestión de minutos tú bajarías de uno de ellos y me buscarías con la mirada.
Te esperé y como bien había previsto, al cabo de, más o menos, media hora, vi un tren que iba ralentizando su paso a la par que se acercaba a la parada, hasta que al fin, paró totalmente frente a ella.
Yo me levanté del banco y noté como se me hacía un nudo en la garganta y el corazón me latía tan fuerte que casi se le podía oír.
Busqué tu mirada por todos lados y al fin la encontré. Tus preciosos ojos verde-azulados me seguían con la mirada. En tu cara había dibujada una resplandeciente sonrisa que, se podría decir, iluminaba el oscuro lugar con su fuerza.
Emocionada poco a poco me acerqué a ti y noté como tu fuerte cuerpo me elevó en el aire y me hizo girar dos o tres veces y también como tus perfectos labios rozaron mi mejilla y yo cerré los ojos para disfrutar más intensamente de ese momento.

Horas más tarde, cuando la noche ya había caído hacía rato y la luz de las farolas iluminaba con su tenue luz la ciudad, salimos a caminar por el pueblo y a hablar. Teníamos tantas cosas que contarnos...llevábamos demasiado tiempo sin vernos.
Hablamos durante horas y horas y al fin, rendidos de tanto caminar, volvimos a mi casa y nos tumbamos juntos sobre la hierba mojada, los dos nos quedamos largo rato callados observando el cielo despejado.
Cuando el sol empezó a entreverse perezoso entre las montañas todavía seguíamos ahí los dos, sin ningún reparo en quedarnos ahí tumbados todo ese día.
Entonces, cuando el sol no había salido del todo todavía, me agarraste mi mano con la tuya dulcemente, te erguiste y me miraste a los ojos y yo te pedí que nunca te alejases, que te quedases allí conmigo.
Lo último que vieron mis ojos fueron tus manos acariciándome con dulzura el rostro y tu cara acercarse cada vez más a la mía y lo último que sentí fueron tus labios rozando con miedo los míos.
En ese preciso instante amanecía por completo...

Ahora cada vez que pasó por este jardín mi cabeza se llena de recuerdos dulces, me acuerdo de tu rostro y echo otra vez a correr como una niña, con los ojos inundados de lágrimas, corriendo hacia la antigua parada del tren, me siento en el banco y espero a que el próximo tren llegue y volver a verte, sólo volver a verte.

Hoy


Hoy, día lluvioso pero soleado en el pueblo.
A lo lejos puede verse el horizonte, en el cual parece que el mar se acaba y que yo podría alcanzarlo, llegar volando hasta su fin, sueño que puedo, pero tan solo es eso, un sueño.
Hoy es un día normal, uno de esos días en los que piensas que nada nuevo va a ocurrir, uno de esos días en los que te asomas a la ventana esperando que una suave brisa te azote el cabello para así poder sentirte libre, en los que sales a la calle y lentamente caminas hacia el puerto, esperando llegar, sentarte en el muelle y observar el mar, escuchar el sonido de las olas y dejar que el tiempo pase muy lentamente.
Hoy, uno de esos días en los que esperas al anochecer para caminar solitario en medio del silencio hasta tu hogar y sentarte en un acogedor sillón con un cálido libro a la luz de una hoguera.
Día en el que esperas a la media noche para poder mirar a las estrellas tumbada en la hierba llena de rocío de los jardines del pueblo y dejas que el amanecer llegue, y ves como las estrellas desaparecen poco a poco a la vez que el sol va saliendo perezosamente, haciéndose un lugar en el cielo.
En ese momento sabes que ha empezado un día nuevo, igual que los demás en el que sueñas que te asomas por la ventana y una suave brisa te azota el cabello suavemente y sientes que ya eres libre...